Me gusta la noche


Me gustan los parques (desde allí escribo). Me gusta la noche.

No quiero con esto implicar un desdén por la luz, o por la vida que se acompaña del sol. Pero me gusta la noche, la necesito. Y sé que, en mayor o menor medida, todos la necesitamos.

Puedo recordar las noches en que un silencio me salvó del terror, por extraño que parezca... tranquilidad... cerrar los ojos para ver. Abrir los ojos en tinieblas, puede llevarles a caminar. La noche comunica incertidumbre. Se reduce el control de los sentidos... en la noche hay cansancio, la temperatura es más fría... y hay un faro, escondido por ahí, en espera de ser observado, en busca de ser apreciado. Porque para eso ha sido puesto, para mis momentos intricados y frágiles, para ti y tus momentos esos. No es útil, a mi parecer, concebir la noche como un mero ínterin, como una simple transición. Es preciso enfrentar la vida con todo lo que la noche significa. En nuestro caminar, son tan necesarias las sombras como la luz. Me he percatado de que cuando he atravesado una noche interna, un denso hueco en mi narrativa, más en contacto estoy con el mundo al que pertenezco, más me identifico con lo que me es “ajeno”, con lo que no es mi aislado “yo”. Allí encuentro una vida especial que no logro encontrar de otra manera. Tal pareciera que no hay escapatoria a la noche interior, y no hay atajos para la vida. Abracemos la vida, aprendamos: aprendamos a abrazar la noche.

Existe una extraña e irónica belleza que se aloja en la penumbra…

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