La importancia de la teología en la sociedad - Parte 1


Desde hace tiempo ha existido la noción de que el ejercicio teológico corresponde al ámbito eclesial, que allí se queda, y que solo allí cobra importancia. Esto viene como resultado de la modernidad, que dio un intenso giro al paradigma teocéntrico y pretendió dar una explicación al mundo que prescindiera de lo sagrado.

Paul Tilich, teólogo germano-estadounidense, acuñó la frase “teología de la cultura”, para traer a la mesa la implicación de la reflexión teológica en la contemporaneidad, cómo su análisis es marcado por las inquietudes de su presente, y cómo las gentes son influidas a la vez por las ideas concernientes a lo sagrado. He aquí una característica brillante de la fe cristiana: ella encuentra sus maneras de adaptarse a los diversas coyunturas que le ha presentado la historia.

Luego, sale a flote en la filosofía el concepto de “posmodernidad”, frente a un mundo que en gran parte renunció al proyecto moderno de “definirlo todo”, “encerrarlo todo”, “comprenderlo todo”. Esto reconfigura la manera al mundo, al conocimiento, a lo sagrado.

La crisis de la modernidad se manifiesta, a mi parecer, fraguada a nuestro favor con el fin de encaminarnos más allá, y nos empuja a la obligada pregunta: ¿esto nos basta, o necesitamos algo más? Realmente cuestionamos si el cientificismo, el naturalismo, el materialismo y el racionalismo nos pueden saciar. Debido a un fenómeno compuesto y complejo, hemos llegado a este momento histórico que presenta beneficios y peligros, como casi toda era, para una existencia humana fructífera y auténtica. Los grandes relatos han cedido su fuerza, las narrativas que una vez nos unían entorno a una búsqueda de sentido definida por un eje sólido y firme, parecen desvanecerse. Muchos sentidos parecen conducir a millones de mundos que sufren desconexión entre sí, aunados a la búsqueda individualista de la razón y la verdad. En un escenario tal, ¿es la teología un adefesio caduco, o es una herramienta que aún puede edificar una sociedad con la mirada nublada? ¿Tiene sentido hacer teología hoy?

Lo primero es admitir lo evidente: hay muchas teologías; esto ocurre en cualquier sistema de pensamiento. Incluso dentro de la tradición cristiana (la cual prima en occidente), la variedad raya en lo innumerable. Propongo que el beneficio y la cosecha de la teología estarán muy anclados a los fines que perseguimos, cuál es el propósito que alberga este intento. Al respecto es importante dejar bien en claro que la teología es siempre humana, y como con todo fenómeno humano, por más excelso y trascendental que pretenda ser, debe tener una orientación clara hacia el bienestar integral de las personas, de todas las personas, resguardándonos a la vez de los vicios del paradigma antropocéntrico moderno, de los cuales se supone habremos aprendido.

He de admitir que quien escribe posee un fuerte sesgo que le aporta la persona de Jesús, el de Nazaret. Su vida y su historia me resultan claves para destrabar todos los misterios relevantes de mi vida, es el secreto que me revela lo Innegable, aun si me encuentro lejos de poderlo comprender. Así lo veo yo. No obstante, considero que los mejores esfuerzos teológicos son más expansivos que reductivos, y tienen la capacidad de encontrar en otras tradiciones religiosas y culturales, profunda riqueza y verdad. Esto no es nada nuevo, ya incluso los Padres de la Iglesia decían cosas como estas. El cristianismo no es dueño de la verdad, la teología no puede agotar los sentidos de la existencia, la Trascendencia no puede ser contenida por el lenguaje. Por esto, en su sentido más hondo, nadie se salva de la idolatría. La teología es un intento imperfecto, aunque sumamente importante, de antídoto. Esto no debería convocarnos más que a la humildad epistemológica.

Necesito decir que me resulta inviable, por obvio que suene, abordar la posibilidad de una teología cristiana contemporánea capaz de sanar, unir, integrar al ser humano sin un retorno urgente a la figura de Jesús. Como escribí una vez:

“El propósito de la teología es que podamos interpretar, conocer, descubrir a Dios, a la vida y a los demás de una manera sana, conectada con esta la Realidad, principio y final de todas las cosas. Y que esta interpretación sea un puente de conexión con la revelación, y que esta revelación nos cambie, y que nuestro cambio, en consecuencia, cambie al mundo. La teología debe ser fiel al corazón del Dios que procura enunciar. El corazón del Dios del ‘cristianismo’, un misterio manifestado en Jesús de Nazaret, siempre fue el reino de Dios que se abre paso en las dinámicas de amor, de entrega, de servicio, de solidaridad, de perdón, de paz. La teología no puede alejar su mirada de estas virtudes como centrales y como su camino a seguir.”

Las comunidades de fe tienen un papel relevante en este ejercicio por encontrar la salud, el sentido, la vida que moran en el corazón de la existencia. Pero también las universidades, las escuelas, los espacios culturales, los encuentros cotidianos, los dilemas filosóficos... como ven, cierta teología me resulta sumamente importante para nuestra sociedad, para reubicarnos (esto lo desarrollaré más en una segunda parte); si bien algunos hoy pueden resistirse al concepto de un “Dios” (muchos tal vez por reservas previas frente a la manipulación, a la ambigüedad dañosa, o a la pretensión de sostener una absoluta certeza de aquello trascendente), considero que este es el día preciso para que el carpintero de Nazaret rescate al cristianismo de ser un fin en sí mismo o el peligro que históricamente ha podido representar, para ser un vehículo para el amor, siendo este lo único capaz de sanarnos y mantenernos integrados en un mundo convulso.

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